Aporofobia: La fobia a los pobres y el caso de los venezolanos

armando avalosARMANDO ÁVALOS
Periodista.

Productor General canal institucional JNE TV del Jurado Nacional de Elecciones, trabajó más de 20 años en Frecuencia Latina, ahora Latina TV, como reportero, director y productor del noticiero 90 Segundos, 90 Matinal, Reporte Semanal, Sétimo día, etc., redactor en los diarios La Cónica, Onda, Gestión, etc, autor de 5 libros de periodismo.

Gustavo Salinas es un arquitecto venezolano. Arrodillado y con las manos extendidas rogaba a los policías ecuatorianos que le dejaran cruzar la frontera porque quería llegar al Perú para reencontrarse con su familia.  Margarita Gutiérrez es una empleada guatemalteca que junto a sus hijos decidió dejar su hogar y sumarse a una larga caravana humana rumbo a Estados Unidos huyendo de la pobreza y violencia en su país.

Abdelbasset es un pescador marroquí, que decidió cruzar el mar mediterráneo en una balsa de plástico junto a decenas de compatriotas para llegar a España. Prefería arriesgar su vida a seguir viviendo condenado a una realidad sin mayor futuro. Marcado por una pobreza que le había quitado lo que más amaba, la vida de su madre.

¿Qué tienen en común, Gustavo, Margarita y Abdelbasset? Lo que los une son circunstancias que viven en sus países y que los volvieron vulnerables. Terminaron siendo extranjeros ilegales o no deseados. Llegaron a la frontera a pie, en un camión y en una balsa de plástico. Qué diferente trato habrían recibido si llegaban por un aeropuerto y con su visa de turista y claro, con mucho dinero para gastar en un paseo.

Algunos suelen decir que, que al rechazar a estas personas foráneas, estamos observando un caso de xenofobia, o sea, odio a los extranjeros. Pero si fuera así, por qué no se odia a un jeque árabe, a un rey africano, a un empresario asiático, o a los miles de turistas de todas las nacionalidades que llegan a nuestro país.

En el 2017, la filósofa Adela Cortina logró que se agregara una nueva palabra al idioma español la: “Aporofobia”, que es derivada del griego “Aporos” que significa pobre y “Fobia” que significa temor o recelo. Esta nueva palabra parece describir mejor un viejo fenómeno que en el caso del Perú, por primera vez vivimos, al recibir una avalancha de inmigrantes que llegan buscando un mejor futuro a nuestro país y que ha provocado que muchos los rechacen. Y este rechazo no es tanto por su nacionalidad sino porque la gran mayoría, son pobres.

Adela Cortina afirma que este fenómeno es universal y lo explica muy lúcidamente. La raíz de nuestra sociedad, sostiene, es el contractualismo. Esto quiere decir, que nuestro cerebro ha sido educado socialmente a dar a las personas atención o un servicio porque sabemos que recibiremos algo a cambio. Sabemos que si trabajamos recibiremos una paga, estudiamos muchos años porque sabemos que obtendremos un título y ello nos abrirá el campo laboral y así sucesivamente. Vivimos en una sociedad de intercambio, en el cual existe un pacto tácito que todos firmamos mentalmente, donde todo es recíproco.

¿Pero qué pasa con aquellos que no tienen nada que dar? Ellos son los pobres. “No se rechaza al extranjero sino al pobre. Los seres humanos somos reciprocadores, damos algo porque esperamos recibir algo a cambio y nos molestan los pobres porque no tienen nada que ofrecer. Es un fenómeno global. Nos gusta estar con aquellos que son como nosotros, nuestro grupo, pero en este caso se da un paso más allá”, sostiene Adela Cortina.

La filósofa española explica que la aporofobia va en contra la dignidad humana y contra la democracia. “Porque la democracia es inclusiva y la aporofobia es excluyente” sostiene.

En el Perú, la experiencia de ver llegar mares de inmigrantes a nuestras tierras es nueva. Vivimos las últimas décadas disfrutando de un progreso económico continuo. Pasamos de ser un país sub desarrollado a uno en vías de desarrollo en pocos años. Y eso ha hecho que muchos olviden que fuimos los vecinos pobres de los ochenta. Cuando íbamos a todos los países huyendo de la violencia terrorista y la pobreza de esos años. Cuando decir que éramos peruanos en el extranjero era peligroso y a veces motivo de discriminación.

Cuando éramos víctimas de muchos prejuicios. Prejuicios que ahora vemos que muchos peruanos cometen contra los venezolanos. Cuando se vuelve en algo común generalizar.  Nadie en su sano juicio podría defender generalizar la conducta de una persona a todos los miembros de una minoría o grupo social. Decir que todos los miembros de un grupo son ladrones, flojos o malos, eso, solo lo hacen aquellas que son que totalitarios o dogmáticos. Y con ellos tratar de entrar en razones es imposible.

Walter Riso dice que los prejuicios tienen consecuencias destructivas para todos. Ya que del prejuicio a la violencia hay solo un paso.

“La esencia del prejudividuos imparciales y equilibrados en sus juicios tienden a nivelar el sesgo. Ver lo bueno y lo malo, lo que me gusta y lo que no me gusta, es darle una oportunidad a la mente para que reconsidere los hechos. Sólo un pensamiento ecuánime y ajustado a la realidad pondrá a hacer temblar el bunker del fanatismo”, explica.

REPLANTEAR NUESTRA VISION

Los noticieros y las redes, últimamente suelen exaltar la presencia de bandas de venezolanos en nuestras calles. La realidad nos dice que eso, es cierto. ¿Pero aquello justifica que dudemos de todos los venezolanos? Claro que no. Recuerdo que hace muchos años en un viaje a Argentina, en la época en que los peruanos éramos los vecinos pobres de los sudamericanos, llegué a Buenos Aires y entré a una cabina de internet. Cuando dije que era peruano me miraron, algunos con curiosidad y otros con cierto recelo. La dueña del local me pidió disculpas y me asignó una computadora para enviar mis despachos noticiosos a Lima.

A los pocos minutos, ingresó un moreno alto, con una “pinta” de delincuente que al abrir la boca solo terminó de confirmar. Miraba todo el lugar como buscando algo de valor y nos dijo “hola cumpa soy de La rica Vicky”. Me reconoció porque, en esa época, yo salía seguido en los noticieros por ser reportero de 90 Segundos y el sujeto trató de usar nuestro origen común, para ingresar al local. La dueña argentina comenzó a temblar. Inmediatamente le hice frente a ese peruano de malas intenciones y llegó luego en mi ayuda mi camarógrafo. ¡Lo echamos del local! Seguidamente le pedimos disculpas a la dueña argentina diciendo: “No todos los peruanos somos ladrones señora” y ella nos dijo: “No todos los argentinos somos prejuiciosos”.

La lección está ahí. Los prejuicios envenenan el alma y nos distancian de otros seres humanos. Y no nos permite ver la realidad de las cosas en su verdadera dimensión.

Es mentira por su puesto, que todos los venezolanos llegan al Perú a robar o hacer malas cosas. La mayoría son gente buena y son profesionales y por lo tanto podrían ser muy útiles para nuestra sociedad.

Un estudio del Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Universidad Católica del Perú, halló que el 40% de los venezolanos que viven en Lima tienen título universitario y el 80% trabaja lamentablemente en el comercio ambulatorio, desaprovechando su potencial. Ahí nuestras autoridades tienen en sus manos un ejército de profesionales que podrían ayudarnos a impulsar la economía en áreas donde carecemos de especialistas.

Ello no elimina, sin embargo, que haya también casos de venezolanos que delincan. Pero son la minoría. Lamentablemente los casos de aquellos que trabajan duro para progresar en este Perú que es su nuevo hogar, a veces no ganan titulares. En cambio, basta solo uno o unos cuantos que cometan un delito y ganará siempre las primeras planas. Y por supuesto, será caldo de cultivo para generar no solo xenofobia sino en realidad, aporofobia, el rechazo a los extranjeros que llegan sin mayores recursos y tienen menos oportunidades.

Habrá quienes traten de justificar el rechazo “a los venezolanos” con diversos argumentos, pero ninguno tendrá una base racional o moral. Esas personas usarán sus justificaciones como un analgésico emocional contra el remordimiento.  Y aquellos que se queden callados al ver a las nuevas víctimas de la aporofobia, están permitiendo que les roben la indignación moral para enfrentar estas injusticias.

Como resalta la filósofa Adela Cortina, la pobreza te invisibiliza. Y a la mayoría, les molesta más que ver llegar a una persona extranjera, que ese extranjero sea pobre. Donald Trump no está cerrando sus fronteras y construyendo un muro para impedir la llegada de turistas foráneos, sino para impedir una ola de gente pobre a su país.

Felizmente el cerebro humano es moldeable y con la educación y autoanálisis podemos modificarlo. Reaprender nuestras tendencias y predisposiciones. Comenzar a cambiar con nuestra conducta a las personas que nos rodean. Aprender a tratar al prójimo como nos gustaría que nos traten. Aprender de lo que hemos vivido como sociedad y como personas. Porque la historia es cíclica y nadie nos asegura que, en un futuro, podríamos volver a ser los vecinos pobres, víctimas de la nueva palabra que describe un estigma muy antiguo. La aporofobia. 

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